No se requiere ser ni historiador ni futurólogo para saber que el socialismo estuvo y está condenado al fracaso, donde y cuando sea que tan nefasta empresa intente materializarse.
No debe uno enfrascarse en una certeza si es que faltan argumentos. Identificar los motivos por los cuales el socialismo falla es tan importante como predecir el fiasco que éste significa; particularmente en tiempos en los que muchos grupos políticos roban sus proclamas y postulados.
Citar a Margaret Thatcher (“el socialismo fracasa cuando se acaba el dinero… de los demás”) no alcanza. Para no repetir fórmulas que traen consigo pobreza, hambre y muerte es menester razonar ante datos que no sólo existen, sino que tristemente abundan.
El socialismo (e ideologías similares) cae porque es un colectivismo y como tal desmerece al individuo, lo minimiza y desprecia. Su base ideológica tiene como claro objetivo poner a cada persona dentro de tal o cual grupo, y estos grupos presentan conflictos entre sí. Nada existe fuera del grupo: ni sueños, ni subjetividades, ni moral.
Al colocarnos en paquetes con distintas etiquetas, el socialismo niega la esencia misma del ser humano, lo simplifica y vilipendia. El hombre, en tanto especie, buscará siempre, para bien o para mal, sobresalir en el colectivo. Hacer la vista gorda ante tal característica es exponerse voluntariamente a las vías del conflicto y el desencuentro.
Los logros más extraordinarios de los cuales la humanidad ha sido testigo, no han sido jamás producto de un ente gubernamental, sino de hombres y mujeres con ideas y ambiciones – y con válidos ánimos de lucro. Matar al individuo es matar al progreso.
En resumen, el colectivismo (el socialismo y el comunismo) niega la naturaleza humana, o, en el mejor de los casos, no la entiende.
En segundo lugar, el socialismo confunde (o tergiversa) al Estado y a su rol. El Estado y sus fuerzas (magnificadas bajo los caprichos socialistas) se convierten en un medio de control que termina cayendo siempre por su propio peso.
Hablamos de una corriente política que una y otra vez termina tomando decisiones por todos sus ciudadanos, y jamás son particularmente loables. Desde casos extremos, como censura explícita a ejemplos más livianos, como bien lo puede ser en Uruguay la actual ley que no permite a los uruguayos realizar más de tres compras por internet por año, y ninguna de ellas debe superar los 200 dólares.
Bajo las premisas socialistas, el Estado es un ente clientelista que pretende asemejarse a la idea de dios: omnisciente, omnipotente y omnipresente. En otras palabras, todo lo opuesto a la libertad.
El socialismo es el gran creador de la tristemente célebre “grieta”. Pululan en las contiendas izquierdistas panfletos maniqueístas en los que los ricos son todos malos y explotadores, y los pobres son sin excepción buenos samaritanos, son el pueblo, los trabajadores. El discurso anti – otro ha estado siempre presente en los proyectos socialistas.
Para un socialista, el fundador de una empresa que trabaja catorce horas por día no es, vaya a saber uno por qué motivos, un trabajador con todas las letras, y mucho menos es pueblo.
Esta es otra razón por la cual el socialismo no podrá triunfar jamás: siembra odio, revanchismo y resentimientos que no cooperan en nada a la hora de formar una sociedad civilizada que sea capaz de dialogar, buscar intereses comunes y moverse en ese sentido.
Por aquello del “divide y reinarás”, el socialismo pretende a conciencia enemistarnos. A mayor rivalidad, mayor ganancia.
Hay más motivos por las que el socialismo falla, pero elijo culminar estos párrafos con mi favorito: Thatcher tenía razón. La “distribución de la riqueza” (concepto que hace agua por todos lados) que el socialismo pregona tiene como fin aumentar impuestos a “los ricos” y brindarlo, directa o indirectamente, a “los pobres”.
Lo cierto es que los realmente ricos casi siempre se las ingenian para no pagar la totalidad de los nuevos impuestos, y es la clase media la que debe cumplir ese rol. Es aquí cuando empieza el empobrecimiento casi genérico de la población.
Los pobres, por su parte, reciben algún que otro vuelto, pero no dejan de ser pobres. Los resultados son los previstos – por Thatcher: la clase media es pobre, los ex muy pobres son levemente menos pobres… y la plata de los demás se acabó.
FUENTE: PAN AM
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