Desde hace varios años los medios tradicionales de comunicación vienen en un franco desprestigio de su patrimonio más preciado y del que dependen todas las empresas dedicadas a informar: su credibilidad.
Perdieron su fin, olvidaron su meta de ser los bastiones éticos e imparciales en una sociedad como la nuestra que se precia de democrática. Les ha importado poco dejar de prestar un servicio para que los colombianos, como lo diría Ignacio Ramonet de Le Monde Diplomatique, sean mejores ciudadanos.
Se han dedicado, por el contrario, como buenas empresas oligopólicas (empeñadas en la venta de gaseosas, azúcares, cervezas, bancos, contratistas del Estado para hacer desde carreteras hasta organizar foros, etc.) a cuidar los intereses de sus patrocinadores dentro de su información editorial o a generar contenidos para capturar audiencias en sus espacios de divertimento.
Y todo les ha salido mal, porque si bien han hecho rentables negocios y han escamoteado, tapado y desinformado respecto a los intereses políticos de sus asociados a la sombra, han envilecido el quehacer informativo, han desprestigiado el bien preciado de informar con ética a una sociedad que necesita de medios de comunicación no contaminados y creíbles.
Hay una máxima en el periodismo: quien no informa, confunde. Y en eso ha caído la mayoría de medios de comunicación tradicionales en el país, por las razones ya mencionadas. Y la confusión trae desesperanza, miedo y crea las condiciones sociales propicias para que echen raíces los populismos de corte mesiánico y de todo tipo.
El último episodio bochornoso y abyecto lo protagonizaron dos medios de comunicación –que gozan ya del infame prestigio de representar lo peor del periodismo del mundo—como son el Canal RCN y La W, de Julio Sánchez Cristo.
Desde hace años, el Canal RCN ha permitido que Guillermo Prieto, alias Pirry, un pseudo periodista, sin ninguna formación humanística, ni cultura de ninguna laya, ocupe un espacio periodístico los domingos, en el cual se dedicó a despotricar contra lo que él, en sus exabruptos opioides y narcómanos, creía tener derecho de calumniar e injuriar sin ninguna prueba. Todo lo hizo durante más de una década en la cual abandonaba su trabajo para poder consumir drogas o era sometido por el mismo Canal RCN a rehabilitaciones dentro y fuera del país con tal de tenerlo en su espacio que al principio gozó de cierto rating.
Pirry pasó de lanzar a su madre de él desde un paracaídas(¡eso sí que daba rating!), a destrozar el prestigio de muchos colombianos practicando un híbrido informativo que combinaba lamentables actuaciones de humor y de opinión. Pero nunca de buen periodismo, que debe ser serio a la vez que contundente; que es balanceado a la vez que capcioso; que es respetuoso a la vez que irónico. Lo suyo era un intento pírrico por ejercer algo que nunca pudo ni podrá ser: periodista.
Lo suyo es el panfleto, la ofensa burda, la calumnia disfrazada de denuncia. En últimas las investigaciones exhaustivas sin pruebas, las denuncias reveladoras sin contundencia. Lo pírrico.
Así quedó demostrado con la supuesta denuncia contra el senador Mauricio Lizcano, a quien señalaron de participar en la desaparición de unas personas para despojarlas de sus tierras. Como según Pirry, el Canal RCN le quitó el programa para supuestamente encubrir al senador Lizcano, cercano a la casa de los Ardila Lulle, entonces se llevó la investigación (que entre otras cosas no hizo él, porque se lo impiden sus desafueros de consumo de cocaína, sino que realizó Diana Salinas, una de sus asistentes) a La W, la emisora de Julio Sánchez Cristo, otro impenitente consumidor de cocaína, pero considerado adalid de periodismo radial.
El resultado: mucho de lo mismo de siempre, pues sometieron a la picota pública al senador Lizcano, sin presentar ninguna prueba contundente y mostrándolo de cuerpo entero como el peor de los delincuentes. Lo único cierto es que la denuncia que empezó con la grave acusación de ser un criminal que participó en desaparición forzosa de una familia y despojo de tierras, terminó en una alusión contra el congresista de utilizar su cargo para hacer tráfico de influencias. Fatal, un periodismo de pacotilla que avergüenza a los que ejercen este oficio con ética, dignidad y altos valores humanísticos.
Ante un panorama tan hostil y viciado, se hace necesario que la inmensa audiencia de colombianos que consumimos información, nos especialicemos cada vez más en formarnos una inteligencia crítica para detectar las tendencias e intereses ocultos de los medios antes de leer la información que emiten.
Y que muchos de estos supuestos adalides de un delicado oficio como lo es el periodismo, lo respeten y, antes de ponerse frente a un micrófono, se sometan a rehabilitaciones para curar sus drogodependencias, porque un adicto a las drogas, como Pirry o Julio Sánchez Cristo, hace mucho daño. No es posible imaginar que un médico adicto a la heroína, la cocaína o el basuco pueda garantizar la vida de su paciente si opera bajo tales efectos. Ni más ni menos delicado es el ejercicio del periodismo, y resulta un actividad peligrosa en manos de personas como Pirry o “Julito”.
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