Explica en su ensayo The Paradox of Morality Mao Yuxi como “en muchas de las zonas rurales de China, la oferta de servicios gratuitos es bastante común. Si alguien quiere construir una nueva casa, sus familiares y amigos vienen a ayudar con la construcción. Eso suele ocurrir sin el pago, salvo por una gran comida servida a todos los que ayudaron. La próxima vez que uno de los amigos del beneficiario construye una nueva casa, el que benefició a la primera vez que ofrece el trabajo libre como forma de pago. (…) Estos intercambios no monetarios no pueden medir con precisión el valor de los servicios ofrecidos. En consecuencia, el valor del trabajo no se desarrolla de manera eficiente, y la división del trabajo en la sociedad no se anima. El dinero y los precios juegan un papel importante en el desarrollo de la sociedad. Nadie debe esperar para reemplazar las emociones como el amor y la amistad con el dinero. No se sigue, sin embargo, que el amor y la amistad puedan reemplazar el dinero.”

Que el apoyo comunitario sin dinero sea tan ineficaz sorprende a no pocos empeñados en creer lo contrario. Pese manejarlo a diario, la mayoría ignora que es el dinero. Creen saber cosas acerca del dinero y los precios, falsas y absurdas. Pero se aferran al error y la ignorancia –e incluso a la mentira– que permita esquivar la responsabilidad de sus fracasos. Se aferran a cualquier cosa, por autodestructiva y antisocial que sea, que permita negar su escasez de talento y abundancia de vicios.

El mediocre humano promedio se retuerce de envidia y resentimiento ante el talento de aquellos a cuyos logros debe –en buena medida– su supervivencia. El odio al dinero es odio a la civilización con su complejidad, diversidad y diferencias. Odio a los mejores –por mucho, o por poco al mediocre promedio–. Envidia, el más poderoso y antisocial de los vicios morales. También envidia de la riqueza. A la resentida envidia se reduce cualquiera de tantas –y tan variadas– racionalizaciones del odio al dinero.

Ni es la primera ni será la última vez que trate aquí el tema, porque sin dinero no hay civilización. Y hay que reiterar: Que no hay dinero sin evolución moral que permita el intercambio voluntario mediante el respeto a la propiedad privada. Que el rechazo al dinero es el rechazo a sus frutos: la civilización, y la vida de miles de millones que en ausencia de la especialización –y la creación de capital a escala masiva– morirían de hambre. O que hambrunas resultan de esfuerzos para forzar el orden primitivo –previo y contrario a dinero y mercado– sobre su civilización.

Civilización es orden espontáneo. En términos de Adam Ferguson, “producto de la acción humana más no de la voluntad humana”. Es duro para muchos –para demasiados– aceptar las inevitables implicaciones de la sociedad como proceso evolutivo. Entender al dinero, es entender que aquello de lo que depende nuestra supervivencia no es producto consciente de la inteligencia humana. Una revelación aterradora. Más cuando se descubre que el dinero mismo –institución evolutiva espontánea– y toda la institucionalidad financiera que con él evolucionó, son las más frágiles instituciones entre las que soportan el orden espontáneo del que dependemos. Y su fragilidad se debe a que fueron –y siguen siendo– las más y más torpemente interferidas –desde tiempos remotos– por el poder político.

Podemos estimar razonablemente el funcionamiento de mercados relativamente extensos sin intercambio indirecto. La remota existencia de mercados previos al dinero es detalladamente explicada por expertos en prehistoria e historia antigua. La teoría económica señala que no crearían jamás la base material de subsistencia de una humanidad tan numerosa –y tan diversa– como la actual. Principalmente por carecer de un sistema de precios capaz de traducir conocimiento disperso, subjetivo e intransmisible en información de simple valoración.

La evolución del dinero es la de mercancías de creciente aceptación por su utilidad como medios de intercambio indirecto a partir de cierto grado de evolución del comercio. Comercio que tal vez se inició con el intercambio simbólico de obsequios. Pero que indudablemente se desarrolló en intercambios pactados cuya frecuencia y complejidad creciente exigió medios de intercambio indirectos. Tras las más diversas mercancías, prevalecieron metales preciosos. Y el oro sobre el resto. Que un bien fuera aceptado como dinero significó que, aunque usos no dinerarios iniciaran esa preferencia, su nueva demanda dineraria elevase su precio sobre el que resultaría de la previa demanda no dineraria. Y que cuando una mercancía fuera desplazada por otra como dinero cayera su demanda, y consecuentemente su precio. Como hoy entre divisas fiduciarias.

Podemos resumir la historia del envilecimiento inflacionario de las monedas metálicas de la antigüedad al dinero fiduciario de curso legal de la banca central contemporáneaen que: el patrón oro requirió milenios para evolucionar en una divisa universal que unía en esencia a todas las monedas nacionales adecuadas. La comodidad de los sustitutos monetarios –billetes de banco, giros, y cuentas a la vista– acostumbró a gran parte del público a considerar los más comunes idénticos al dinero para uso práctico. Por eso los bancos –y antes las ferias– lograron emitirlos en mayor cantidad al dinero metálico del que disponían para respaldarlos. Los Estados se apropiaron de ese nuevo privilegio de emisión de billetes. Y el financiamiento de los déficits gubernamentales con emisión monetaria, forzó eventualmente el curso legal para un papel moneda finalmente desvinculado del oro que cada vez más precariamente lo respaldaba.

Al dinero que había evolucionado como institución del orden espontáneo, se impuso el dinero como orden forzosa del Estado. Un éxito para el salvajeprimitivo e hipócrita –numeroso, variopinto e internamente enfrentado– conjunto de partidarios más o menos fanáticos del odio al dinero.

Fuente: Panampost