A la senadora Claudia López, célebre y popular por ser frentera, por haber investigado y demostrado con pruebas reales y contundentes los vínculos que en el pasado hubo entre algunos políticos y grupos paramilitares y por ser la voz de diversas minorías en el congreso, se le ha subido la fama a la cabeza, pues al parecer, cree haberse convertido en una especie de Dios con el derecho de insultar y juzgar a todo el mundo sin siquiera tener pruebas o indicios concretos de las acusaciones que lanza.

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Y es que en los últimos meses se ha dedicado a difamar a todo aquel senador que no apoye alguna de las leyes que ella promueve. Si alguien se opone al acuerdo de paz, no lo baja de paramilitar, narcotraficante o asesino; si otro se opone a que se le bajen los sueldos a los funcionarios públicos tal como ella y su demagogia pretenden hacerlo, no lo baja de corrupto y criminal, y si alguno se atreve a manifestarse a favor del referendo que busca que los colombianos decidan si se legaliza o no la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo, no lo baja de ladrón.
La doctora López no discrimina entre izquierda y derecha, entre personas honestas y deshonestas, para la senadora del Partido Verde todos los que no piensan como ella o no la apoyan en todas sus ideas, son enemigos y contra ellos enfila sus baterías todos los días. Ha acusado a miembros del Centro Democrático de paramilitares sin prueba alguna, a integrantes del Partido de la U de ladrones, a miembros del gobierno de corruptos y al fiscal general de la nación, de vendido y “enmermelado”. Ella nunca escatima en calificativos.
La polémica senadora debería presentar ante la Fiscalía General de la Nación y la Corte Suprema de Justicia todas las pruebas de sus deliberadas acusaciones, de no hacerlo sería cómplice de un sinnúmero de graves delitos. Ahora, si no tiene ninguna prueba y sus acusaciones son infundadas producto de la impotencia que le produce no ser capaz de sostener un debate con argumentos, debe pedir perdón y retractarse de todo lo dicho.